La arquitectura yeyé en la Región de Murcia

Palabras sobre arquitectura de Chema López Martínez

La Arquitectura yeyé en la Región de Murcia

 

En los años 60 del s. XX, la arquitectura vuelve a tener un papel relevante en la Región de Murcia gracias a la coyuntura económica del desarrollismo que pone fin a los años de la autarquía de la década de los 50, gracias a la obra de tres arquitectos, Enrique Sancho Ruano, Fernando Garrido y Antoni Bonet Castellana.

No será hasta que Sancho Ruano realice el proyecto del Club Remo en 1958, junto al río Segura, que la arquitectura adquiera notoriedad por la popularidad del Club entre la burguesía murciana. La absoluta contemporaneidad del boceto publicado en el diario La Verdad, nos muestra a un joven arquitecto comprometido con la nueva época que va a acontecer en la posterior década de los 60. Un edificio que, apoyado en las posibilidades del hormigón armado y en los escasos recursos materiales y constructivos disponibles, generará planos volados sobre el río conformando terrazas y donde las fachadas se tratarán como un collage de diversos materiales. Sancho Ruano comenzará a trabajar en el concepto de obra de arte total: Muñoz Barberán realizará una vidriera abstracta para la escalera, Carpe un mural de mármol negro y quizás también el patrón del suelo del salón social del Club.

La introducción de un lenguaje moderno y la apuesta por la modernidad en un territorio culturalmente atrasado vendrá de mano, especialmente en el caso de Sancho Ruano, de la nueva arquitectura religiosa, abordándola como un espacio contemporáneo: nítido, preciso, al servicio de la comunidad y en el que se incorporará el arte contemporáneo desde la fase de proyecto. Se concibe un espacio donde el arte y los artistas se manifiestan con toda su obra buscando “una nueva monumentalidad” y el nuevo lenguaje de una época. Artistas como Carpe, Martínez Valcárcel, Paco Toledo y González Moreno trabajarán en sus espacios. Sancho Ruano nos dejará las iglesias de Barranda, del Complejo de Espinardo, del psiquiátrico de El Palmar y de Los Mateos.

Sancho Ruano construirá otros edificios como la Consejería de Sanidad, o los desaparecidos CEBAS y Club Remo.

Fernando Garrido es un arquitecto preocupado por la esencia, condición del Arte y de la Arquitectura, cuya visión y pensamiento parecen instalarse en una posición heredera en cierto modo de la tradición existencialista, al proclamar la inevitable relación entre la vida y la obra: “…en la vida y el arte hay una relación y tensión entre los sentidos y la razón; de los primeros deriva la sensibilidad y de la segunda, la inteligencia. Cada creador artístico mezcla de manera diferente una y otra”.

Garrido construyó en 1964 la Escuela de Arte de Murcia, descrita como un edificio “supermoderno” en la prensa local. El convento de Algezares con una Iglesia que puede compararse con Fisac y la Coronación de Vitoria. El Club Náutico de Santiago de la Ribera, all que describía: “Contaba con mar, cielo y brisa. También contaba con la alegría y el entusiasmo de todos los que sentían la mar, desde el Presidente del Club hasta el último grumete. ¿Qué tenía que crear? Con mar: algo que navegue. Con cielo: algo que recorte su silueta. Con brisa: velas y velas. Ya tenía la idea: clara, definida y sencilla. Lo demás, que es el desarrollo de la idea, es el oficio. Y hasta ahora ha resistido todos los temporales humanos”. Y el chalet de Cotorruelo al final de La Manga.

En 1968 obtiene el Premio Nacional de Arquitectura por la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Algeciras, y durante la década de los 60 y 70 desarrollará en Murcia una obra prolífica que aportará una visión de un organicismo incipiente propio de la Escuela de Madrid y coetáneo de Fernando Higueras.

Antonio Bonet desembarcó en Murcia para desarrollar un lugar magnífico como era La Manga del Mar Menor. Hoy sería imposible, no por el estado lamentable del Mar Menor, sino por el despertar de la conciencia medioambiental de la población. El bagaje que lo acompaña para este proyecto es magnífico. Despojado de prejuicios se enfrenta a uno de los fenómenos específicos de su época, que será el boom del turismo de masas. A lo largo de su obra, Bonet se enfrentará a territorios vírgenes. Desde la colonización de Punta Ballena en Uruguay en 1945, pasando por el proyecto de ciudad-balneario de Necochea-Quequén en 1952 en Argentina, el proyecto de urbanización de la Manga del Mar Menor en 1961 en Murcia, Andalucía La Nueva en 1962 en Marbella y Aigua Gelida en 1965 en Girona. El ocio se convirtió en una problemática moderna a la que el urbanismo debía dar una respuesta. La vuelta a la naturaleza y al aire libre, el sol, el mar y la arena, se convertían en los nuevos hábitos del tiempo libre.

Bonet avanzaba en sus proyectos de planeamiento turístico, preceptos actuales como la sostenibilidad y la conservación de los valores paisajísticos del territorio. Partiendo del paisaje y la naturaleza como herramientas de proyecto, analizaba las características físicas del territorio, preservando el valor paisajístico o ecológico y proponía ámbitos urbanos compactos con mezcla de usos y servicios de forma equilibrada. Mantener el territorio afectado aislado de entornos urbanos para preservar su carácter turístico. La preocupación por minimizar la huella ecológica y la edificación, fijar la capacidad de carga en todas sus propuestas y ahorrar el máximo de suelo posible, son constantes en todos sus proyectos. El estudio de las circulaciones era fundamental, logrando una separación de vehículos y peatones que favorecía la aparición de un sistema de espacios públicos de calidad y una ordenación accesible, eliminando paseos marítimos.

En La Manga del Mar Menor estudió profundamente los valores del paisaje y apostó por la concentración puntual de las intervenciones preservando el máximo de territorio posible, lo que permitía disfrutar del paisaje y de las condiciones paradisíacas de la situación entre dos mares. Su sensibilidad frente al territorio y su respeto por el lugar, concentrando las viviendas y adaptándolas al terreno existente, integrándose perfectamente y casi “difuminándose” en el paisaje, son lecciones olvidadas en estas últimas décadas, en las que ha brillado por su ausencia la racionalidad frente al medio y se ha fomentado la especulación con la vivienda a costa del turismo.

Antoni Bonet supone para la arquitectura en Murcia una relación directa con las vanguardias del siglo XX, con figuras como Le Corbusier, la influencia de la arquitectura catalana desde Gaudí y la visión del Mediterráneo de Sert. Tarde en el tiempo, pero llega un urbanismo y una arquitectura racionalista auténticos: bloques escalonados, clúster, tramas, monumentalidad,… toda su aportación desprende la actualidad del momento.

En La Manga vuelve a sus orígenes. El Mediterráneo siempre le acompañó a pesar de la distancia de su estancia en América. Para las dunas y el turismo recupera sus principios formativos de aprendizaje en el GATEPAC generando un urbanismo ejemplar, quizás no superado en la pobreza de esta disciplina en nuestra Región. El paisaje y su análisis. El vacío como herramienta de proyecto en la protección de la naturaleza. La concentración de la edificación desarrollándola en altura, generando la mínima huella posible y acompañándola de la mínima urbanización, una carretera. ¿Un urbanismo contemporáneo? Pero hubo más. Bonet fue un respiro. Un arquitecto de los que hoy es difícil sentir la profesión como él. Sin ataduras normativas, con una sólida formación y una componente teórica siempre presente, desarrolla en La Manga actuaciones ejemplares en el fenómeno del alojamiento del turismo de masas, tan en boga en este momento, donándonos un compendio de herramientas y estrategias para afrontarlo.

 

 

 

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